Que es el CIIE?

QUE ES EL CIIE?

El CIIE (Centro de Capacitación, Información e Investigación Educativa) es un organismo descentralizado destinado al desarrollo de ofertas de formación docente continua, que articulan la administración de la Biblioteca Pedagógica Distrital, el relevamiento de documentación y la sistematización de experiencias educativas e investigación con las dependencias de la Administración Central con responsabilidades específicas al respecto (art. 96 de la Ley de Educación Provincial 13688/07).

Nuestra institución depende de la Subsecretaría de Educación y proyectos Especiales , Dirección de Capacitación Docente Continua.

Entre sus funciones se destacan:

- Desarrollar acciones y proyectos de capacitación, innovación, asesoramiento y actualización de docentes, con el Equipo Técnico Regional, interactuando con otros CIIES, con el Nivel Central de Capacitación y Coordinación de la Provincia de Buenos Aires.

- Difusión cultural, a partir de los servicios de biblioteca, documentación e información a docentes.

- Divulgar información local, y participar en actividades locales y regionales relacionadas a nuestra actividad (Ej. Feria del Libro)

martes, 8 de marzo de 2011

LA MUJER ESTRELLADA

Caminar quieto ha sido, es y será más difícil que caminar caminando con los pasos de afuera, los del cuerpo. Más difícil y más comprometedor, por eso más apasionante.
Caminar quieto nos permite ver lo que tantas veces no vemos, escuchar lo que tantas veces no escuchamos, paladear, oler, tocar lo que tantas veces no paladeamos ni olemos ni tocamos.
Caminar quieto es una aventura única, arrojada, imprevisible. No requiere de nosotros ningún honesto o vil dinero, sólo requiere emprender esa caminata con los cinco sentidos bien despiertos y el sexto también, no dejarse olvidado el corazón en la comodidad de la casa y estar a disposición de los milagros terrenales que, en realidad, son los verdaderos milagros.
Estas reflexiones sobre el prodigioso arte de "caminar quieto" las acaba de hacer el viejo Serafín Ciruela. Estamos en un añoso café con ventilador de techo y mesitas de madera. Es tanto el calor que podemos decir la calor. Sin vueltas el viejo Ciruela me tienta a caminar quieto mirando por la ventana que da a la vereda, observando a los humanos y humanas que van o que vienen con un apuro inexplicable.
Pronto Ciruela me propone que pongamos una pregunta en remojo: "¿Puede haber algo más desolado, algo más baldío que una mujer que no guarda ni un secreto?"
No tengo qué responderle; la pregunta queda sobre la mesa, latiendo. Ciruela con un movimiento de ceja me señala a una mujer que ahí viene, que ahora entra al café y se sienta a dos mesas de la nuestra. Bajito me dice:
-Esa mujer se llama Laura, pero podría llamarse Isabel o Sofía o Susana; también podría llamarse María, ¿por qué no?
-Serafín, ¿y qué tiene de particular esa mujer?
-Fijate bien, esa mujer guarda muy hondo un secreto, y lo va a contar ahora mismo.
-Pero viene sola y está callada, ¿a quién se lo va a contar?
-Rodolfo, a veces no hace falta hablar en voz alta. Esa mujer, sin mover los labios, en silencio va a contarnos algo. Si ponemos la oreja del corazón seguro que la vamos a escuchar.
La mujer que posiblemente se llama Laura empieza su relato desde el silencio. Escuchémosla:
"...Soy una señora que vive pasando la esquina, tres casas más allá; sí, en esa casita que siempre parece recién pintada. ¿Hace falta decirlo? Ya han dejado de preguntarme la edad; los hombres, por lo menos. Claro, pasé los sesenta. Atareada con la familia, con los hijos, con los nietos, con los haceres del hogar como vengo estando, no tuve ni gota de tiempo para hacerme de un secreto... ¿Se imaginan una mujer así? ¿Puede haber alguien con menos sol, alguien más baldío que una mujer sin un secreto? Sí que lo puede haber: alguien más baldío que una mujer sin un secreto es una mujer que no se da cuenta que no tiene ni un secreto. Aunque no me falta nada, yo estoy siendo menos que esa pobre mujer. Pero no me resigno. Todavía no he jugado mi última carta.
"...Vean: mi casa, ordenadísima, resplandece. Pasemos al living comedor, sigamos a la cocina, entremos a los baños, a las tres habitaciones, al lavadero. Cada cosa en su sitio. Todo inmaculado. ¿Y el pequeño jardín? Ahí lo tienen: ni una sola hoja sobre el césped, la sombrilla replegada por si esta noche llueve... me parece que va a llover, algún que otro lejano relámpago me avisa.­
"...Tal vez no les parecerá lógico que ahora les pida atención si lo que tengo para contarles carece de importancia y no es dramático... Bueno, lo mío no tiene nada de grave. Cualquiera, con razón, podría decirme que no tengo motivos para quejarme: vengo teniendo todo lo que razonablemente se puede tener. Todo. Menos un secreto.­
"...Mi situación es la que se ve: desde hace unos diez años mis queridos hijos se han soltado. Dos mujeres y un varón. Los tres casados, en armonía, con hijos sanos, con sus vidas encaminadas. ¿Qué más se puede pedir? Qué más quiero, ¿no? Mi marido es un buen hombre, de ésos que a una no le hacen faltar nada. Tiene buen carácter, y hasta es capaz de ponerse a lavar platos. Pero hay un problema: él me sabe de memoria y yo también lo sé de memoria. Me refiero a nuestros pensamientos... y a nuestros cuerpos. A eso me refiero. Cómo explicarles: hace tiempo sucede que, por ejemplo, estamos sentados uno al lado del otro y yo pongo mi mano sobre una pierna, y no sé si es mi pierna o es la de él... El caso es que aquí estoy, y de pronto advierto que tengo una cantidad de años que he cumplido sin darme cuenta. Aquí estoy con esos años: lo tengo todo, pero no tengo ni un solo secreto.­
"...Les digo: soy lentísima, puede llevarme meses decidir el cambio de lugar de un mueble o de un simple adorno. Ah, pero cuando tomo una decisión, ni una muralla me puede detener.­
"...Hoy es sábado, el último de un febrero demasiado caluroso. Mi marido hace dos horas se fue con mi hermano y un amigo a ver un partido de fútbol nocturno. Sin pensarlo se me ocurrió decirles: "Aprovechen la salida y quédense a comer afuera". Mi marido me dijo que casualmente eso habían pensado... Ahora son las once y diez, exactamente las once y diez de la noche. Estoy sola. Sola con mi cuerpo. Mi cuerpo... lo tenía conmigo y no me daba cuenta... Enciendo el televisor, miro sin mirar, lo apago. Quiero, necesito estar conmigo, sola con mi cuerpo, pero no aquí. Me escucho decir en voz alta: "¡Basta de esto!" Y decido sin más. Ya abrí la puerta de calle, dos pasos, estoy en la vereda, cierro la puerta pero no le pongo ni la llave de arriba ni la de abajo... Qué rara me siento, no tengo miedo... Antes de llegar a la esquina me cruzo con un par de jóvenes... me miran, los miro, sigo caminando... Qué rara me siento, no tengo miedo...
"...Ya van para dos horas que camino: dejé atrás la plaza, la municipalidad, el barrio residencial, la zona de los monoblocks, los chalecitos y las casas quinta. No estoy cansada. Me aparto de la ruta asfaltada. Por delante de mis pasos apenas una huella y el campo muy verde... siento el verano profundo en la tierra arada, en la fragancia del pasto... no detengo mi caminata, me viene la otra sed, la del agua... digo agua en voz alta... Adelante, una línea curva entre la tierra y el cielo, ¿y atrás?... Atrás también la línea curva entre el cielo y la tierra: estoy anillada por el horizonte... Camino camino... me detengo me saco los zapatos la pollera el corpiño... me he desnudado completamente, hasta el reloj y los aros y el anillo me he sacado... me suelto el pelo, grito sin palabras y sin sílabas... estoy gritando alaridos... Me acuesto de espaldas, me sostiene el profundo verano del pasto... siento que la Tierra entera está debajo de mi cintura: late debajo de mi nuca y de mis caderas y de mis talones... Ah, cómo palpita la tierra y yo, hasta este instante, sin saberlo...­
Desnuda, tan desnuda, abierta de par en par, mis brazos se estiran hasta la punta de los dedos... Ahora, despacio, se abren mis piernas, se abren mucho más que para parir... Recién sentía que la tierra latía, ahora siento que es un galope que viene desde muy hondo... Estoy con los ojos cerrados, en voz alta me escucho preguntar: ¿Y el cielo? ¿Habrá cielo ahora? Abro los ojos para saber si hay cielo... La noche es un océano infinito... Racimos de estrellas, de estrellas con pulso... No se les ocurra preguntarme porqué, pero estoy completamente segura de que enseguida una de esas estrellas se va a descolgar, va a salirse de su ojal. No puede no suceder eso, pienso. Y ya está sucediendo eso: la estrella cae cae cae, viene hacia mí la estrella, ardiendo viene... Era plateada ya es roja, la estrella cae, la estrella viene entera... Tengo sed tengo sed... La estrella entra en el centro de mi sed... Es una brasa... ¿Quién es una brasa: la estrella o yo?, ¿quién crepita: la estrella o yo? No sé no sé no me importa saber si arde ella o ardo yo, ardemos en fuego las dos... La estrella que venía desolada ahora muerde mi desolación, ahora bebe mi baldío... ¿Quién caminó más para llegar a este centro: la estrella o yo?
"...Pero qué importa quién caminó más, si al final yo y la estrella nos encontramos. Acabo de nacer y de darme cuenta del fuego... De pronto he aprendido que no está bien morirse en vida si hemos de morirnos con la muerte... Y algo más acabo de aprender en carne propia: el fuego es lo único que puede calmar al fuego.­
"...Llueve, ha empezado a llover. Llueve por primera vez en el mundo sobre todo mi cuerpo tan abierto... Mi sed recién pedía agua; ésta, la de la lluvia, es ese agua... Mi lengua busca los bordes de mis labios... Mi lengua dice agua... Adentro de mi centro la estrella dice agua... El agua escucha, el agua responde, el agua pronuncia "qué dulce puede ser la sal..."­
Posdata
Esa mujer que se llama Laura, pero que podría llamarse Isabel o Sofía o Susana y hasta llamarse María, esa mujer paga su café y se va y se aleja por la vereda.
El viejo Serafín Ciruela ahora me cuenta el resto de esta historia:
Antes de que bajara el amanecer la mujer se vistió y sus pasos la regresaron de memoria a su hogar dulce hogar... Al llegar encontró, muy alterados, a su marido, a sus hijos, a un patrullero, a curiosos del vecindario... Se le abalanzaron con preguntas: ¿Te secuestraron? ¿Te robaron? ¿Qué te hicieron? ¿Te abusaron?
La mujer los miró uno a uno, en silencio.
El marido, sollozante, retomó las preguntas:
-¿Pero qué te pasó? ¿Dónde, dónde te llevaron?
-Nadie me llevó a ningún lado.
-Pero no estabas en la casa, encontramos la puerta sin llave, las luces encendidas, la cinco y pico de la mañana ¡Y no volvías!
-Salí a caminar.
-¿Sola y de noche?
-Sola y de noche.
-Pero ¿por qué sola y de noche?
-Porque sí.
-¿Pero por qué sí?
-Porque me vino la sed.
Y no le preguntarán nada más en esa agitada madrugada. Pero familiares y vecinos se quedarán murmurando.
Pasará exactamente una semana. Esa mujer que se llama Laura, pero que podría llamarse Isabel o Sofía o Susana y hasta llamarse María, un domingo acompañará a su marido a caminar un rato. Silencio, sólo silencio entre ellos. Ella tropezará con una baldosa floja y caerá de rodillas. Al ponerse de pie, de entre sus piernas caerá algo... El marido le preguntará:
-Algo se te cayó... ¿Qué es?
-Es una estrella.
-Mirá... Ultimamente te noto rara, muy rara... Desde que desapareciste la otra noche apenas si hablás... Por algo será... Decime de una vez qué carajo es eso que se te cayó cuando tropezaste recién.
-Una estrella es.
-Es lo que digo. En algo andarás. ¡Atorrantas conmigo no eh! ¡Andáte a vivir con tu vieja!
-Mi vieja murió hace catorce años.
-Última vez que te lo pregunto: ¿Qué es eso que se te cayó recién?
-Una estrella.
-¿Y qué es una estrella?
-Una estrella es una moneda que viene de muy lejos, con sed.
-Estás loca. O te hacés la loca. Desaparecé de mi vista.
-Con gusto ya mismo desaparezco de tu vista... Pero antes, ¿te puedo pedir algo?
-Dale, qué querés: ¿plata?, ¿el auto?
-Quiero pedirte que te tomés el pulso.
-El pulso, ¿y para qué?
-Para saber si estás vivo.
Con esto concluyó el diálogo y el matrimonio y todo. Y esa mujer que se llama Laura, pero que podría llamarse Isabel o Sofía o Susana y hasta llamarse María, detuvo al primer taxi que pasaba por allí. Y se fue. Para siempre se fue.
Estamos hablando de una mujer de su casa que con los años y sus rutinas se había perdido a sí misma de vista. Pero que se salvó cuando una noche tuvo sed y le hizo caso a su sed. Que se salvó porque se desnudó a tiempo. Y que seguirá salvándose porque ya no es un baldío desolado, ahora tiene un intenso secreto.
Que quede entre nosotros: ella fue alcancía de una estrella.­

                                                                                     Rodolfo Braceli

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